Bienaventurado el que lee…

Apocalipsis 1:3

La extraordinaria introducción de estos tres primeros versículos del Apocalipsis, que establecen que la revelación comienza en Dios: fundamento y fuente de toda verdad, y por tanto el hombre no crea la verdad sino que la recibe, termina con un triple bendición:
La afirmación de los bienaventurados de Dios:
El que lee, Escucha y Obedece la Palabra revelada de Dios.
El hombre que lea estas palabras será bendecido.
El lector que se menciona aquí le alcanza esta bienaventuranza, es el que debe encargarse de leer este libro en voz alta frente a la congregación.
La lectura de las Escrituras era una parte esencial de todo el culto público judío (Lucas 4:16; Hechos 13:15). En la sinagoga los textos bíblicos eran leídos, por personas encargadas para hacerlo, si bien estando presentes algún sacerdote o levita, estos tenían la prioridad.
La Iglesia Cristiana adaptó para su culto este hecho como una parte fundamental del mismo.
En la Iglesia Primitiva se afirma la importancia de la lectura de la Palabra, hasta el punto de que los miembros podían llegar a ejercer esta práctica como un oficio muy importante y respetado, y para el que se requería una formación especial.
Es tristemente evidente que hoy, en muchas Iglesias se ha perdido la valiosa parte del culto, de la lectura pública de las Escrituras.
El predicador, el Maestro y el lector deben recordar siempre que uno de los mayores privilegios en la Iglesia es el de dar lectura a la Palabra de Dios frente a la congregación.
Los judíos tenían un dicho según el cual quien enseña las Escrituras a los hombres goza de un privilegio comparable al de Moisés cuando recibió la Ley de manos de Dios en el Sinaí.
Es bienaventurado el que escucha estas palabras.
Debemos recordar cuán grande es el privilegio de poder escuchar la Palabra de Dios en nuestro propio idioma.
Y es un privilegio que costó muy caro a quienes lo adquirieron para nosotros. Muchos murieron para que pudiera ser así.
Es un privilegio poder leer la Palabra de Dios en nuestra propia lengua.
Es bienaventurado el que guarda estas palabras.
Escuchar la Palabra de Dios es otro privilegio; obedecerla es un deber.
No hay auténtico cristianismo en el que escucha y olvida, o en el que deliberadamente desobedece.
Todo privilegio va acompañado de una responsabilidad; y el privilegio de oír lleva consigo la responsabilidad de escuchar, recordar y obedecer.
Y esto es aun más verdadero porque el tiempo que queda es corto.
Juan termina el versículo de tal bienaventuranza, indicando que: “el tiempo está cerca”, y porque esto es así, bien que nadie puede saber cuando le llegará el momento de salir al encuentro con Dios, lo ideal para enfrentarse con esa circunstancia con confianza, es necesario leer, oír la Palabra de Dios y agregar una actitud obediente y fiel a la misma.
Una bendición que está a la disposición de cada cristiano, en Cristo.
 

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